El estado de shock está definido como un estado clínico caracterizado por una oxigenación inadecuada de la mayoría de los tejidos. Durante el mismo se produce una profunda alteración en la oferta, cesión y aprovechamiento de oxígeno, causando una hipoxia tisular generalizada y un fracaso multiorgánico que finaliza con la muerte.
Existen distintos tipos de shocks, y es importante saber identificar la causa para su tratamiento. El shock hipovolémico sucede cuando se produce una disminución aguda en el contenido intravascular, el cual puede deberse a una gran hemorragia, vómitos y diarreas graves, grandes quemaduras, o por deshidratación. El shock cardiogénico se produce secundariamente a un fallo miocárdico intrínseco, es decir, falla el corazón por un infarto agudo de miocardio, una arritmia, una miocarditis o por otras afecciones, la sangre no llega a los tejidos y no se oxigenan. El shock obstructivo sigue el mismo principio que el cardiogénico, pero esta vez como consecuencia de un fallo extrínseco de miocardio, ya sea por una tromboembolia pulmonar, por un taponamiento cardíaco o un neumotórax a tensión. Por último, el shock distributivo ocurre cuando se produce un desbalance entre el continente y el contenido vascular por una extensa vasodilatación. En este grupo incluimos los shocks anafilácticos, los sépticos y los neurogénicos como los más frecuentes.
El estado de shock tiene tres etapas bien diferenciadas. La primera sería el Estadío I, una fase inicial-compensatoria en la que apenas existen síntomas más allá de los primeros signos de hipoperfusión cutánea, como frialdad, palidez, sudoración fría... Asimismo puede darse un estado de inquietud, acidosis, ligera taquipnea, agitación y desorientación. En esta etapa los órganos vitales aún mantienen una correcta perfusión, por lo que un buen tratamiento de la presión arterial suele ser efectivo.
En el Estadío II nos encontramos ante una mayor descompensación conocida como fase progresiva. En esta ya aparecen los primeros signos de hipoperfusión generalizada, como oliguria, hipotensión, taquicardia, disminución del llenado capilar, signos neurológicos... Se produce la claudicación de los mecanismos reguladores de la microcirculación, terminando con el fracaso orgánico de pulmón, riñón, corazón, hígado, etc. Si se emplea rápidamente una actitud terapéutica enérgica, podría evitarse la irreversibilidad del cuadro.
Por último, el Estadío III sería la fase irreversible del shock. En esta se produce el fallo multiorgánico, con fracaso metabólico, cardíaco, renal y hepático, produciendo la muerte celular sin posibilidad a recuperación.
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